La libertad creativa de un auto sacramental invisible

 Se suele escuchar mucho a personas que intentan agradar diciendo “Eres un fenómeno en lo tuyo”, “Sois maravillosos en lo vuestro”, y cada vez que recibimos esos comentarios nos surge la misma pregunta “¿Qué es lo mío?”, ¿Qué es lo nuestro? Puede que se refieran a la escritura de crónicas, críticas o novelas infantiles, o a la realización de audiovisuales, quizás piensen en la fotografía, o quién sabe si en la docencia. Puede que aludan a la comunicación en general, o si vamos a niveles supremos, quizás se refieran a la vida… de eso sí que estamos seguros, lo nuestro es la vida.

Lo cierto es que la afirmación nos desconcierta y ni nosotros encontramos la respuesta, pero ¿saben qué? Quizás sea mejor no saberlo. Qué triste sería tener que definirnos por un área en concreto ¿no? Y si nos hablasen de música… qué pena daría tener que definirse por un estilo concreto. Y yendo aún más lejos, dentro de ese género… qué triste sería tener que centrarse en una estética marcada…. Cuánto se pierden aquellos que no ven más allá, cuánto naufragan aquellos que transitan una sola vereda.

Con el paso del tiempo nos damos cuenta de la belleza de los tránsitos y del difícil encasillamiento en una única parcela. Nosotros no queremos estar en esa cuadratura del círculo porque pensamos que la riqueza está en el movimiento y en el recorrido. Y algo parecido a eso es lo que intuimos que les ocurre a los protagonistas de estas líneas, salvando las enormes distancias, claro está, lo suyo es otro nivel…

Como anunciábamos en la anterior crónica, nuestra segunda parada ilustrada por la capital de la “libertad” estaba en el Centro de Arte Reina Sofía, donde queríamos disfrutar de la instalación del Niño de Elche Auto Sacramental Invisible, porque sí, lo reconocemos, íbamos predispuestos a disfrutar, intentamos hacerlo siempre… Auto Sacramental Invisible. Una representación sonora a partir de Val del Omar es un encargo, dentro del programa ‘Fisuras’ del Museo Reina Sofía al Niño de Elche. Un proyecto en blanco que el polifacético artista ha aprovechado para amplificar el discurso que el centro de arte nacional lleva realizando, sobre la figura de Val del Omar, desde hace algo más de una década.

José Val del Omar fue un polifacético y reconocido artista, de origen granadino, que transitó por diferentes territorios como el cine, la fotografía, el sonido, la experimentación electroacústica, de la que por ende se le puede considerar también inventor, que trabajó con gran énfasis en las misiones pedagógicas, aquel proyecto de solidaridad cultural patrocinado por el Gobierno de la Segunda República Española. De ahí, surgiría aquella serie de documentales realizados en Lorca, Cartagena y Murcia, titulados “Fiestas Cristianas / Fiestas Profanas”, que se convertirían en los primeros testimonios fílmicos de estas fiestas en la Región.

El Auto Sacramental en el que se basa la obra de el Niño de Elche puede ser considerado el punto de inflexión del artista granadino, el paso del realismo documental al arte audiovisual abstracto. El montaje expositivo se plantea en dos espacios fundamentales, por un lado, una sala propuesta por Lluís Alexandre, que sirve para contextualizar, con objetos y documentos, la creación del Auto y una instalación sonora con altavoces colgados del techo, embellecidos a modo de lámparas decorativas y engarzados con dispositivos lumínicos que, con sus diferentes colores, ofrecen al espectador la posibilidad de ser guiados por los diferentes sonidos que componen la obra. Generando diferentes recorridos para dar relevancia a lo que se escucha en una zona concreta y que de este modo el visitante pueda decidir su propia experiencia. Esta es la propuesta de Francisco Contreras “Niño de Elche, que supone la culminación de los experimentos en electroacústica llevados a cabo por el cinemista granadino.

A partir de los guiones originales de Val del Omar, en los que planteaba un Auto Sacramental basado en el sonido manteniendo lo teatral desde una perspectiva sonora, de ahí la invisibilidad, el Niño de Elche lleva a cabo una relectura de los mismos para crear una obra impactante y abierta. Unos 30 minutos de sonidos que van desde cantos populares, cuentas superpuestas por los diferentes canales, al más puro estilo marchenero, risas y carcajadas acompasadas, que se convierten en sollozos y llantos; sonidos percutivos, sones de máquinas de escribir que dan paso a una versión a la manera del Niño de Elche de I did it my way, que se convierte en éxtasis desesperado de voces y sonidos electrónicos, que se apaciguan transformándose en una oda gutural a Madrid. Recitados surrealistas que sorprenden en la propia voz del Niño de Elche como ese que dice: “Las alucinantes velocidades supersónicas a que obliga la competencia a colocar los sobres en posturas de inmundos renacuajos, boca abajo, quedándose desde atrás, después del oído, la vista, y después la cabeza entera, perdiendo todos los sentidos, ¡Todo! Para lucir una cinta azul, mientras su pobre corazón late ciego como el de una rana” que llevan a un croar infinito, para pasar a unos cánticos reflexivos que envuelven al visitante y dan paso a recitados entrecortados de anónimos del pueblo, que fluyen en cantos populares para traer melodías del pasado, que se convierten aquí en futuristas “¡Viva el puente de Genil, viva Graná que es mi tierra!”.

De nuevo cantos guturales, al más puro estilo mongol, para envolver con luz azul el espacio y llegar al punto más espiritual que se intensifica con sonidos electrónicos para crear un momento de paz que levemente, a través de jadeos, y una luz verde intensa, llevan al sonido a un literal orgasmo definitivo, que enloquece con tiempo para regresar al caos percutivo y los cantes del Niño de Elche que dan paso al bucle infinito. Un bucle infinito que se revive y se hace diferente a cada vuelta, como la vida misma. En definitiva, una amalgama sonora que se convierte en paisaje, con la que poder intuir el pasado, desde el futuro, aunque haya sido concebido en el presente. Sin duda el mundo del arte y la música continuamente se han retroalimentado. Siempre ha existido una conjunción perfecta que une estas disciplinas. Con el género flamenco también ha existido esa intensa relación, desde, entre tantos otros, Vicente Escudero, pasando por Manolo Sanlucar, Enrique Morente y ahora el Niño de Elche.

Quizás, hasta el momento, se había establecido una relación inspiracional, o simplemente los músicos entraban al museo para cantarle a las obras de arte, ahora ocurre lo contrario, la música entra al museo para algo más, para convertirse en obra de arte expuesta. Es una interesante manera para huir de las etiquetas y de los encasillamientos, una eficaz forma de no saber qué es lo tuyo…

 

Redacción: Onésimo Samuel Hernández Gómez / Gabriel Maldonado

Fotografía: José Miguel Cerezo Sáez

Vídeo: Onésimo Samuel Hernández Gómez

 

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