Gugurumbé: un viaje por el mestizaje
Desde que el mundo es mundo viajar, comerciar y mezclarse han sido una constante del ser humano. Lo vivió Cristóbal Colón junto a su tripulación en el descubrimiento/invasión de América hace más de quinientos años, Magallanes y Elcano en la honrosa tarea de afrontar y completar la primera vuelta al mundo que celebramos en estos días, o los negros curros, quienes de tez azabache y habla andaluza, campaban a sus anchas por los puertos de Cádiz o La Habana. Lo ha vivido también el cante, que entre idas y vueltas dio un paso más en su proceso de crecimiento, en su mestizaje con otros lenguajes, el que se plasma en Gugurumbé, Las raíces negras.
Definido por la RAE como cruce de razas diferentes o mezcla de culturas distintas, que da origen a una nueva, el mestizaje pare también el drama, el del yugo hacia el débil, la esclavitud y la inmundicia humana. En todo ello se basa esta esperada obra que se estrenó en la noche del miércoles 15 de julio dentro de la programación de la 69ª edición del Festival de Granada en el incomparable marco del Teatro del Generalife.
Dirigida por Fahmi Alqhai y Antonio Ruz, musicalmente el primero y en la escena y coreografías el segundo, en Gugurumbé realizan un viaje musical y antropológico por la tradición y la desigualdad en el que conversan mundos que es necesario que se acerquen para sacudir complejos: lo barroco y lo flamenco. Y lo hacen sin estridencias escénicas porque, a veces, menos es más. Se vistió de sobriedad el Generalife granadino para dar el protagonismo a una enorme propuesta musical, y dancística, claro.
Suenan alegrías y milongas, fandangos y bulerías, a las que Rocío Márquez junto al toque de Dani de Morón da luz con la claridad de su garganta. Se anuda al quejío flamenco la voz carnosa de la soprano Nuria Rial para plasmar la disparidad entre lo barroco y lo opulento frente a lo humilde y sencillo. Las voces dan brillo a la noche pero generosas legan el protagonismo al cuerpo quien, al abrigo de esa afrenta musical, funde dos estilos de baile: el contemporáneo de Ellavled Alcano y el flamenco de Mónica Iglesias.
El tacón de la premio Desplante en el Cante de las Minas reta al movimiento atávico y desesperado de la bailarina. Se buscan, se encuentran, y nace belleza. A la vez reflexionas cuando de las voces de Rocío y Nuria regurgita el sucio eco de la venta de esclavos allá por 1.800 aquí cerquita, en Sevilla, Cádiz o La Habana.
Esas mercaderías de seres humanos nos vuelven a trasladar a un palacio cualquiera donde lo barroco brilla en exceso en los instrumentos de la Accademia del Piacere, omnipresentes a lo largo de la velada. Y aunque suena demasiado bonito, quizá nos falte más de África y sus latidos, la contundencia de la música negra que hubiera redondeado la noche, noche que culminó con todos los músicos al borde del escenario con la tonada El Congo: «A la mar me llevan sin tener razón / dejando a mi madre de mi corazón / ¡Ay, que dice el Congo, lo manda el Congo / cusucuvanve están, cusucuvá ya está!«.
Redacción: Gabriel Maldonado Rufete.
Fotografía: Festival de Granada / Fermín Rodríguez.