Flamenco de luz y cabotaje
El origen de la palabra cabotaje es incierto. Para unos nace del vocablo español cabo, otros encuentran su raíz en el francés, con el término caboter, mientras que otra corriente la asocia al navegante genovés y comerciante de especias, sedas y piedras preciosas Juan Caboto. La acepción aceptada de cabotear implica navegar de cabo en cabo sin perder de vista la costa y con ello un ir y venir de gentes, mercancías, cultura… de vida.
Algo parecido fue lo que vivimos en el espectáculo Ser de Luz que el grupo de jóvenes flamencos formados por Sergio de Lope, Matías López El Mati, David Caro, Juanfe Pérez y Javier Rabadán ofrecieron el pasado jueves 30 de julio en el cartagenero Parque Torres. Organizado por la Peña Flamenca de Cartagena Antonio Piñana y dentro de la programación Cartagena es Cultura, sentimos y latimos con su flamenco de cabotaje en uno de los puertos más importantes del Mediterráneo.
Y nos referimos a Ser de Luz con este símil marinero ya que nuestros protagonistas cabotean musicalmente por decenas de estilos y formas flamencas que llevan a su terreno y regalan desde el escenario con buenrollismo y energía por arrobas. Por una personalísima nana comienza un espectáculo que hasta los agnósticos pueden disfrutar sin rasgarse las vestiduras. Desnudan, circundan y juguetean Sergio, El Mati, David, Juanfe y Javier con el flamenco de raíz que han mamado, defienden y han defendido pero que en esta ocasión dejan volar libre. Música en estado puro. Y libertad, claro.
Suenan tangos con sabor a capote y albero que en la flauta de Sergio de Lope son gloria y en los que El Mati hace una declaración de intenciones navegando entre lo jondo y lo rupturista. En el inmenso cabo del jazz, que alean con la Niña de los Peines (Que te quise y no lo niego) y rematan por fandangos, ofrecen un remanso de paz musical mientras respiramos la brisa, cálida de más, de la bahía de Cartagena en la privilegiada atalaya del Parque Torres. Profundo y vibrante fue, es, el bajo de Juanfe Pérez con el que nos recogimos antes de afrontar nuevos puertos.
Nos llevaron a continuación por bulerías por las que emergió, ora serena, ora trepidante, la guitarra virtuosísima del almeriense David Caro y más goce con la omnipresencia del faro de esta generación flamenca, el maestro Enrique Morente, que se manifestó con la Nana de Oriente en la flauta de Sergio de Lope. Sin tiempo a recuperar el aliento, El Mati eriza con la volatilidad de su voz y el quebranto de su garganta por la misma verea, la morentiana, con Guern Irak, inspirada en el poema de Pablo Ruiz Picasso La hora escrita Carretera de Málaga a Almería, 1937 (incluida en su disco en homenaje al pintor, Pablo de Málaga). Yo flipaba con estos bucles jondos de los que sin complejos me declaro devoto mientras que los puristas, que los hubo con nombres y apellidos, refunfuñaban pero se relamían casi sin querer del enorme espectáculo que estaban viendo y los advenedizos, adivino que, andarían visitando las mismas nubes en las que yo me hallaba.
Más juegos musicales rollo funky andaluz y la noche iba alcanzando sus últimas ensenadas que llegaron por seguiriya con el saxofón de Sergio de Lope y la enajenación vocal de El Mati. De nuevo nos llevaron por jazztangos donde los acoge otro bendito puerto, el de la poesía de Federico García Lorca, el poeta asesinado por el fascismo y cuya Tarara sonó con nuevos matices que El Mati escudriñaba desde un cacharro lleno de cables y botones con el que te traslada a lugares desconocidos por los cosos flamencos.
Otro de los fondeaderos más importantes de este arte, Camarón de la Isla, se paseó en los confines de este viaje lleno de luz con Canastera. El público de Cartagena, que vibraba y cumplió escrupulosamente las medidas de seguridad por el maldito COVID-19, solicitó la vuelta al escenario del quinteto y pidió un solo de percu de uno de los suyos, Javi Rabadán quien lo ofreció, entre tímido y envalentonado, rodeado de sus compadres.
Y si de viaje y navegación hablamos no se podían olvidar de aquellos cantes macerados entre América y España, enriquecidos también en tierras africanas: los de ida y vuelta. Garrotín y guajira para dejarnos ir mecidos por los aires sutiles de este flamenco de cabotaje donde partiendo de la raíz este arte se vuelve más libre que (casi) nunca.
Redacción: Gabriel Maldonado.
Redacción adjunta: Miriam Cabrera.
Fotografía: Gabriel Maldonado.