El encierro de Farruquito para mostrar lo más íntimo

 Hablar de Pamplona es hablar de San Fermín y hablar de San Fermín es hablar de toros. En este viaje por tierras navarras, no podíamos dejar pasar la oportunidad de realizar ese recorrido que, cada mes de julio, realizan corredores y astados. Bajar por la cuesta de Santo Domingo, girar por el Ayuntamiento hacia Mercaderes, pasar por la famosa curva de Estafeta y subir por toda la calle hasta la esquina de Telefónica para comenzar el descenso hacia la Monumental. Evidentemente no es 7 de julio, y lo más parecido a una cornamenta fueron unos pintxos culinarios de los que hablaremos en otro momento. Además, el festival al que hemos asistido, en principio, no tiene nada de taurino, pero siempre ha habido su aquel entre el flamenco y los toros. Sin ir más lejos, era el propio Enrique Morente quien lo decía, aludiendo a que ambas facetas del arte eran las únicas en las que se dice ¡Ole! y por tanto algo habrá…. Por eso quisimos captar la esencia de ese paseo para intentar respirar e imaginar el ambiente, para percibir todas esas sensaciones que guardan las calles, como si de un tarro de esencias se tratase, que solamente dejan escapar los tesoros de su interior cuando el viandante pasea por ellas. El disfrute del arte está en los sentidos y es necesario estimularlos para disfrutar de todo su esplendor y eso fue lo que intentamos conseguir con ese paseo matutino.

Quizás, dentro de las diferentes vertientes del flamenco, sea el baile la que más se pueda aproximar al toreo. Desde la ajustada vestimenta de los bailaores, pasando por la forma de caminar, la postura del cuerpo del bailaor, la manera de hacer desplantes o incluso la idea del mantón o la chaqueta en forma de capote. Y estábamos de suerte porque el Festival Flamenco on Fire tenía como protagonista de su gala nocturna al bailaor Farruquito que presentaba en las tablas del Baluarte su espectáculo Intimo.

Solo en el escenario, bajo la luz cenital, aparecía Antonio Santiago El Ñoño para que comenzasen a sonar los primeros acordes de guitarra. A su izquierda El Polito comenzaba a marcar el compás que nos llevaba a las antiguas fraguas de Triana. Ezequiel Montoya comenzaba la ronda de cantes, en el lado opuesto Ismael de la RosaEl Bola” tomaba el testigo. ¡Cómo nos gusta este cantaor! Detrás, entre ellos, formando un semicírculo perfecto, sonaba el metal añejo de Pepe de Pura para llevarnos de la fragua a las seguiriyas, como destino natural. Aparecía entonces el protagonista de la noche sobre el escenario, sobrio, elegante, sereno, ataviado con un traje negro que aportaba solemnidad al momento. Farruquito comenzaba a crear un diálogo perfecto con cada uno de sus subalternos aproximándose a ellos para inspirar y ser inspirado, para bailarle al cante, para recorrer todos los tendidos.

Como siempre intenso y eléctrico, Farruquito continuaba con su espectáculo Íntimo, como si torease por naturales, como si intentase buscarse a sí mismo en cada movimiento, en una ceremonia en la que las luces daban la palabra a un nuevo diálogo, en esta ocasión entre la percusión y el baile, manejando los tiempos, buscándose el uno al otro, sin interrumpirse, como si se estuvieran conociendo. El juego lumínico daba cabida a una nueva compañera, mostrando la figura de la bailaora Marina Valiente que se sumaba a la liturgia. También vestida de negro, la sevillana derrochaba fuerza en el paso a dos. Los dos pequeños círculos proyectados por las luces cenitales se unían en un gran ruedo para acercar el baile de ambos. Una nueva voz sonaba en ese momento, la de María Vizárraga que pronto era jaleada por el público del Baluarte, para llegar al fin a las seguiriyas. La presentación estaba hecha, el encuentro estaba servido…

Tras el fundido a negro, sobre el escenario del auditorio aparecía la artista invitada al espectáculo, Remedios Amaya, que era recibida con una tremenda ovación ¡Cuánto se quiere a la Tía Remedios! Sin duda se la respeta y se la admira, a pesar de los pesares y del paso del tiempo… Su cante añejo y entrecortado llenaba el auditorio, su voz nos llevaba a otro tiempo. Remedios siempre obsequia al público con alguno de sus archiconocidos éxitos, en esta ocasión, el “Turu Tirai” era el elegido para que los espectadores se sintiesen parte del espectáculo, como si de un coro polifónico se tratase a lo que la artista respondía con una pataíta. A eso se le llama meterse al público en el bolsillo.

De nuevo aparecía sobre el escenario Farruquito para bailar por alegrías, con traje gris y pañuelo al cuello, con idéntico estampado al de su camisa. ¡Y cómo bailo! Tras los primeros compases y el consiguiente desplante recibió una tremenda ovación del respetable. Para agradecerla, el bailaor sevillano se llevaba el puño al pecho y comenzaba a hacer compás simulando los latidos de su corazón que se aceleraba ante la recompensa recibida. Animaba al público, que rápido salía al quite, a seguir el ritmo con sus palmas, mientras, sus pies jugueteaban con contratiempos en un alarde de virtuosismo y sabiduría.

Farruquito comenzaba a sentirse a gusto, su sonrisa, que en ciertos momentos se convertía en gesto de rabia, lo demostraba. Paseaba su baile elegante por las tablas, ocupando toda la escena, haciéndola tan amplia como un ruedo taurino. Tras otra ovación, con gesto muy flamenco y torero, cogía una silla para hacerla girar sobre una pata e invitaba a la Vizárraga a que le acompañase en el nuevo duelo. La de las Tres mil viviendas, entendía el momento y plasmaba todo su arte con fuerza, poderío e intensidad. Mientras, Farruquito braceaba sentado en la enea a la que casi había enseñado a bailar. De nuevo se levantaba y lanzaba su chaqueta al viento para recogerla al vuelo con toda la elegancia torera.

Era entonces cuando volvía a aparecer la Tía Remedios que se acercaba al bailaor para cantarle casi al oído, para terminar la que quizás fuese la mejor parte de la noche. La idea del espectáculo quedaba clara, cinco voces de todos los colores y sabores para inspirar la danza flamenca del maestro. El bailaor sevillano encuentra su musa en el cante, que le hace rebuscar en lo más hondo de su interior para ofrecer al público lo más personal, lo sentido en el momento.

Aparecía entonces sobre el escenario Marina Valiente, ataviada con una falda verde con detalles dorados y una camisa roja con lunares blancos, como si de una gitana hechicera se tratase, sin poción, pero con miradas y sinuosos gestos, la bailaora sevillana intentaba encandilar al público con su baile por bulerías.

Tras comenzar el toque por soleá del Ñoño, aparecía Farruquito de nuevo en escena, con pantalón y camisa negros y chaqueta de pequeños lunares blancos. Intentando abstraerse del público, en esa búsqueda de la intimidad, plasmaba toda su fuerza y su garra para percutir las diferentes partes de sus botas contra las tablas, consiguiendo mil y un sonidos diferentes. El ritmo iba creciendo para llegar a las vehementes bulerías, ardientes y llenas de pasión con las que concluía la faena.

Tras la ovación del respetable y las palabras de Farruquito, los artistas ofrecían la tradicional fiesta por bulerías, en la que el bailaor sevillano, como suele ser habitual, tomaba la guitarra como compañera para poner música a la celebración. Con el cante de María Vizárraga y la pataíta del Polito se marchaban los artistas del escenario. Así llegaba a su fin la tercera de las galas nocturnas del Festival Flamenco on Fire, con el público pidiendo la segunda oreja, que no sabemos si finalmente fue concedida por el presidente de la plaza.

Mañana les contaremos más… pero siempre, ¡Viva San Fermín!

Redacción y fotografía: Onésimo Samuel Hernández Gómez.

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