David Pérez, esculpido por la guitarra y el cante

Subió al escenario Liam. Saludó al público en voz baja y abrazado a su guitarra. Y así continuó toda la noche mientras tocaba: abrazado e íntimo. Acorde tras acorde Liam fue abrazándonos a todos, uno por uno. Entre el público, a dos metros frente a él, se encontraba en primera fila nada menos que el maestro de la guitarra Antonio Piñana con su mirada sabia y atenta, y su sonrisa acogedora; y Liam hizo para él una brillante soleá por bulería que arrancó el primer aplauso de la noche. ¡Ole Liam!

Se encontraba de pie mirando al suelo de madera, como si hubiera algo bajo sus pies que sólo él pudiera ver. Y entonces lo vimos: quince metros cuadrados de madera negra que al primer roce de su tacón se transformaron en un espacio gigante de luz donde todos nos arrojamos, boquiabiertos. Cuando David nos miró a los ojos y golpeó el suelo con su bastón comenzó un martinete que Edu le cantó dolido, con los brazos abiertos.
Cada nota creaba un movimiento en su cuerpo que lo hacía crecer. Gigante. David era una pieza de mármol, bella y noble, esculpida por el cante y la guitarra. Su técnica, magistral, nos recordó que es un grande del baile. Espectacular en la madera, que vibraba con los contratiempos de su bastón; serenos y flamencos sus brazos, que alzaba con aplomo; visceral y enérgico transmitiendo, retorcido de dolor sobre un suelo que lo elevaba como un héroe de piedra esculpido hace siglos. Ancestral, mirándonos a los ojos desde otro tiempo.
Nos dedicó un Desplante con su bastón hacia el cielo que hizo valer los cincuenta y cinco años de historia del Festival del Cante de las Minas. Os aseguro que si anoche hubieran estado frente a él Merche Esmeralda, José Manuel Gamboa, Cristina Cruces, Francisco Vargas, Francisco Hidalgo, Paco Paredes o Francisco Cayuela, habrían llorado de orgullo al comprobar que el primer premio que le otorgaron en La Unión, siendo ellos el jurado en el año 2004, no ha hecho sino engrandecer ese valioso galardón bautizado por el maestro D. Ginés Jorquera: «El Desplante«. Cerró el martinete por seguiriya, abarrotado de aplausos y con la peña ya a sus pies. Y fue entonces cuando Edu volvió a quedarse solo en el escenario, dispuesto ahora a contarnos su verdad. Por soleá.
Edu Hidalgo es de los que exponen cuando cantan, como debe ser. Terminó de cantar cerrando la soleá en Lebrija, volvió a cerrar los ojos y con las manos abiertas templó la noche con un taranto con el que volvió a invocar a su compañero. Visceral, David Pérez volvió al escenario para esta vez sí: hacer llorar al público.
Anoche David Pérez nos arrancó emociones y las expuso en el escenario transformadas en carne y madera. Bailó sabiéndose dentro de nosotros, y bailó para hacernos libres.
Esta es la primera crónica que hago de un recital, y os aseguro que la he escrito por puro amor a lo que vi. David, eres un gigante del flamenco. Gracias.
Redactor: Ángel Ronda.
Fotografía: Gabriel Maldonado.