Abdón Alcaraz se vacía en el estreno de "Con-Cierto Flamenco para piano y orquesta"

Una vorágine de sensaciones recorrió el Teatro Romea en el estreno absoluto en la XXVI Cumbre Flamenca Murcia de «Con-Cierto Flamenco para piano y orquesta«, obra maestra de Abdón Alcaraz. El premio Filón 2010 al mejor instrumentista flamenco en el Festival Internacional del Cante de las Minas de La Unión fue capaz de plasmar, con luces y  alguna sombra, una obra muy ambiciosa y de una inmensa complejidad, aunando en las tablas del coliseo murciano: piano, cuadro flamenco, la Orquesta Sinfónica de Cartagena dirigida por Paco Suárez, la Coral Myrtea y el Coro de la Tuna de Medicina de Murcia. Toda una odisea musical.

Comenzó el espectáculo con una parte más flamenca aleada con esencias jazzísticas y blueseras. El murciano desgranó sus temas «La Casona» y «Cubanita» junto al cante de Verónica Sobrinos, la percusión de Miguel Ángel Orengo, las palmas y compás de Loles Souanz y José Luis Navarro, el bajo de Antonio Peñalver, los saxos de Carlos Tin y Gautama del Campo y la colaboración especial de Salvador Martínez «Salvi«. Dulzura y éxtasis, pausa y arrebato. El hielo estaba roto y la energía fluyendo.

Con el corazón caliente y los nervios templados comenzó la segunda parte de la noche, la importante, y en la que Abdón se jugaba las habichuelas frente al público de su tierra, frente a sí mismo. La sinfónica cartagenera rompió el murmullo del entreacto, uniéndose a ella el sonido del piano, y juntos, evocar al romanticismo musical del S.XIX. A su vera, emergió la danza clásica con postizas de Loles Souanz que otorgó solemnidad a este primer movimiento, movimiento que se aflamencó con el cante por verdiales o fandangos abandolaos de  Verónica Sobrinos y acabó muriendo teñido de clasicismo.

Un sereno se dormía

en la cruz blanca del barrio,

y la cruz le daba voces,

sereno que viene el día.

El baile por alegrías de Souanz supuso un punto de inflexión en la obra, dotándola de mayor dinamismo y vistosidad para el espectador. Alegrías que mutaron en soleá vestida de matices clásicos y declamada entre el tenor José Javier López y Verónica Sobrinos. Pa dentro bailó José Luis Navarro a la vera de la Coral Myrtea y el coro de la Tuna de Medicina de la Universidad de Murcia siendo este baile, bulerías, el omega de la obra de Alcaraz. Un final, sin duda, cargado de fuerza musical aunque con el compás diluido entre la amplia amalgama de sonidos que emergían desde las tablas del Romea.

El público arropó a Abdón Alcaraz con una sonora ovación, un Alcaraz satisfecho que se volvió a sentar frente a su piano para rematar la faena con «Reikiavik«, uno de sus temas fetiche y al que, como hiciera con «La Casona» o «Cubanita«, vistió de nuevos matices y de belleza. El trabajo estaba hecho y el examen aprobado aunque a nosotros nos queda una duda ¿Cómo de cuerdo hay que estar para enfrentarse a un proyecto de esta envergadura? ¿Dije cuerdo? ¡Enhorabuena Abdón!

Redacción y fotografía: Gabriel Maldonado.

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